A veces nos hace falta un duro golpe que nos haga recordar las maravillosas personas que tenemos a nuestro lado siempre. Durante estas dos semanas estuve llena de atenciones de mis compañeras, amigas, profesoras, y de todo el mundo. Hasta el vigilante del edificio donde vivo estuvo pendiente de mí. Como pueden ver en la foto a la férula no le cabe un escrito más.
Pero el acontecimiento me hizo pensar, que tal vez no es por el golpe, ni por el yeso que me pusieron en el brazo, todas esas maravillosas personas han estado siempre ahí; pero la fuerza de la costumbre hace que se pierda la conciencia de su presencia.
Los pequeños detalles de cada día, esos que pasan desapercibidos no son menos que los grandes abrazos y las manifestaciones de solidaridad. Son todas esas cosas: las grandes y las pequeñitas; las que conforman la amistad verdadera. Y yo doy gracias a Dios por haberme regalado las mejores amigas del mundo.